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lunes, octubre 16, 2006
Borges y yo
Transcribo un poema de Jorge Luis Borges
Borges y yo
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndolo todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
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1 comentario:
Estoy acá disfrutando.
Disfrutando de la música ya que hice una doble entrada para escucharla mientras leo tu blog y me encuentro aquí con Borges, Borges el joven altivo, Borges el viejo sabio, Borges en definitiva, porque él fue él a pesar de él y a través del tiempo uno lo recuerda con la inmortalidad de los grandes.
Porque finalmente no se perdió. Está en el alma de la gente que lo recuerda, que lo lee. Y pensar que cuando joven preferí siempre a Neruda y Borges no me gustaba, no me gustaba su pedantería que era lo que más mostraba, pero rascando esa piel dura había un hombre sensible y sabio que reconocío con humildad que no se perdonaba no haber sido feliz.
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